Estamos saliendo de Sevilla y con un poco de suerte hoy comemos en Conil. La habitación nos la dan a las cuatro, nos da tiempo de sobra.
Aparece Shakira en la radio y me temo lo peor. En efecto, otra ve empieza a cantar. Yo en cambio estoy muerta de la risa, no solo porque no se le de bien, que probablemente a mí se me de peor, si no porque lo hace con toda la seriedad del mundo.
Le acaricio la cara insistiendo calma en este viaje que me está dando. Él me mira pero sigue cantando. ¡Ay madre! ¿pero qué es esto?, prefiero ponerme a cantar con él y disimularlo un poco con mi voz, nada seria, lo prometo.
Una hora después, hemos llegado a Conil. No tiene nada que no haya visto ya, pero tiene su encanto. Comemos en el primero chiringuito de platos combinados. Una ensalada es lo preferible para este calor. Pero nadie puede frenar su hambre.
- Despacio, que te atragantas. Nos espera una larga siesta y no me apetece pasarla en el hospital.
Traga agua y me sonríe.
- Menuda siesta te pienso dar.
La verdad es que estoy deseando probar esa siesta de la que me está hablando, así que no tardo en pedir la cuenta.
Hotel Costa Conil. Las maletas cada vez se hacen más pesadas.
Una fachada beis de ladrillo y unas terrazas enormes.
Por dentro es gigante, con unos ventanales muy grandes. Todo en tono palo, poco pastel.
En recepción nos dan una llave roja con una tarjeta colgando. 123.
Y cómo no, hilo musical en el ascensor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario